Situación laboral estresogénica. Una reflexión desde la neurociencia
En los últimos años, las consecuencias del estrés laboral han centrado gran parte de la investigación en neurociencia aplicada al mundo del trabajo. Sin embargo, un matiz conceptual interesante y necesario comienza a abrirse paso: diferenciar el estrés laboral como experiencia clínica individual, de la situación laboral estresogénica (concepto que presentamos hoy aquí) como caldo de cultivo estructural que origina ese malestar. Este matiz, que me ha parecido útil acuñar y compartir, apunta a una reflexión profunda sobre cómo el entorno sociolaboral es capaz de esculpir —literalmente— el cerebro a lo largo del tiempo. Un reciente estudio surcoreano (Jang et al., 2025) arroja luz sobre esta cuestión al explorar cómo el exceso de trabajo y el contexto organizacional estresante transforman la anatomía cerebral de quienes lo sufren.
De "estrés laboral" a "situación laboral estresogénica"
Habitualmente cuando hablamos de estrés laboral nos referimos al síndrome clínico que experimenta el trabajador: ansiedad, insomnio, irritabilidad, fatiga, problemas somáticos y, en muchos casos, disminución de la motivación y el rendimiento. Este es el cuadro típico que diagnostican los servicios de salud laboral y cuyo origen se atribuye a factores como la sobrecarga, la ambigüedad de roles laborales, la presión del tiempo y las deadlines, o las malas relaciones con los jefes.
Pero el "estrés laboral" es solo la punta del iceberg, la expresión sintomática de algo más profundo: el contexto. No basta con centrarse en el individuo, sino que es crucial entender el entorno que propicia este malestar. Aquí encaja el concepto de situación laboral estresogénica, que propongo emplear como:
"Conjunto sistémico de condiciones organizacionales, culturales y sociales, preexistentes o instauradas en el ámbito de trabajo, que facilitan la aparición de estrés crónico, enfermedad emocional y deterioro cerebral en los empleados, más allá de la vulnerabilidad individual."
Es decir, del mismo modo que hablamos de urbanizaciones obesogénicas (ambientes urbanos que facilitan hábitos no saludables y la obesidad colectiva), hablamos ahora de contextos organizacionales estructuralmente proclives a generar sufrimiento psíquico. Aquí entran en juego no solo la carga de trabajo, sino también:
- la imposibilidad de desconexión,
- la glorificación acrítica de la productividad,
- la presión social para anteponer el trabajo a cualquier otra faceta vital,
- direcciones de empresa psicológicamente tóxicas,
- políticas empresariales de presencialismo a ultranza,
- la negación del derecho al descanso o la recuperación tras la enfermedad,
- narrativas culturales (sociales y mediáticas) que asocian el valor personal al sacrificio laboral permanente
Bajo este prisma, el foco se desplaza: ya no es “el trabajador no sabe gestionar el estrés”, sino “el ecosistema organizacional está sistémicamente diseñado de manera que, inevitablemente, genera patología”.
El paper "Overwork and changes in brain structure: a pilot study" (Jang et al., 2025) representa un aporte interesante en este terreno. Investigadores surcoreanos analizaron 110 profesionales sanitarios, segmentados según el volumen semanal de horas trabajadas, comparando mediante neuroimagen estructural (resonancia magnética) la anatomía cerebral de los expuestos a jornadas excesivas con la de sus compañeros con horarios "razonables".
Los autores encontraron un aumento volumétrico en regiones vinculadas a la regulación ejecutiva y emocional: Frontal medial, ínsula y giro temporal superior. Los autores interpretan esto como una posible respuesta adaptativa frente a la exposición prolongada al estrés organizacional, un "refuerzo" transitorio de circuitos de autocontrol y gestión emocional.
De una manera muy relevante para nuestra comunidad neurohormética, los autores hallaron también una relación dosis-respuesta: a mayor número de horas y mayor percepción subjetiva de presión organizacional (ambientes proclives al estrés: presión de superiores, falta de autonomía, cultura del presentismo, etc.), mayores eran los cambios anatómicos detectados.
También encontraron una asociación entre cambios cerebrales y síntomas clínicos: Los profesionales con mayor alteración estructural tuvieron puntuaciones clínicas superiores en escalas de fatiga, ansiedad y disfunción cognitiva. Es decir, el entorno modificaba el cerebro, y el cerebro alterado aumentaba el riesgo de enfermar o, en último término, de abandonar la profesión.
Este trabajo es solo un ensayo exploratorio, cross-sectional, y con 110 individuos de los cuales 32 eran trabajadores sobrecargados. La muestra es pequeña, limitada, y el análisis no es longitudinal. Además, no se corrigió por potenciales efectores alternativos del estilo de vida como ejercicio físico, sueño, dieta, o contaminantes ambientales. Sin embargo, es el primero en demostrar que la sobrecarga de trabajo correlaciona con cambios estructurales del cerebro.
Ciertamente, acostumbrados como estamos a pensar que el aprendizaje y la memoria aumentan el volumen cerebral, este resultado (aún cuando pionero en mostrar los cambios estructurales en el cerebro de la sobrecarga de trabajo), puede parecernos sorprendente ya que aumenta el volumen de la sustancia gris de ciertas regiones del cerebro. Los autores establecen que esta variación, probablemente resultado de una adaptación plástica de nuestro cerebro a la situación estresogénica, es con gran probabilidad la desencadenante a largo plazo (si el estrés se cronifica) de las patologías usualmente asociadas con el estrés para el cerebro. No nos cabe la menor duda de que el cerebro está reaccionando y tratando de adaptar sus capacidades a la situación laboral, pero para que se produzca una adaptación neural eficiente, las exigencias situacionales no deben sobrepasar la adaptabilidad del cerebro que, como sabemos por los datos que hemos publicado en el laboratorio, tiene un límite.
Por lo tanto, valoramos este trabajo no por su impacto definitivo en lo que sabemos sobre estrés y cerebro, sino porque, al menos, rompe con el enfoque exclusivamente psicológico: El exceso de trabajo y la “obsesión productivista” tienen correlato biológico tangible y cuantificable, visible en la materia gris del cerebro. Adicionalmente, este trabajo evidencia la importancia de la prevención primaria: No basta con dar herramientas de afrontamiento individual (mindfulness, inteligencia emocional…), sino que la clave está en desactivar la situación laboral estresogénica a nivel sistémico (empresa, política pública, cultura). De manera similar a como en determinados foros como la Brain Capital Alliance y la Brain Economy estamos tratando de fomentar la adherencia a los protocolos de entrenamiento físico, no solo a través del ánimo de los sujetos sino primordialmente analizando y sugiriendo soluciones al diseño sedentogénico de nuestras urbes (Trejo et al., EMEA White Paper), también tenemos que hacer algo similar con el entorno laboral y las situaciones laborales estresogénicas. Este esfuerzo pretende, globalmente, contribuir aportando nuevas dianas de vigilancia epidemiológica: monitorizar no solo la accidentalidad y bajas por estrés, sino también la salud cerebral mediante biomarcadores objetivos en colectivos de riesgo. Por último, queremos con ello reforzar la agenda del derecho al descanso: La recuperación no es un lujo, sino requisito para la salud cerebral y la dignidad humana.
Intentemos cambiar la narrativa. El trabajo, por sí solo, no es el enemigo. El verdadero riesgo radica en la configuración de contextos en los que la productividad se convierte en imperativo moral, la autoexplotación es la norma y la narrativa social obliga al sacrificio perpetuo. Una situación laboral estresogénica, en suma, es aquella donde el sistema está diseñado de manera que inevitablemente genera sufrimiento cerebral, independientemente de la personalidad, la fortaleza o las estrategias de afrontamiento del empleado, y muy a pesar de que el cerebro intente adaptarse.
Volver la mirada al entorno, reformular las prioridades organizacionales y dar voz a los profesionales para rediseñar sus propios sistemas de trabajo son medidas urgentes y a la vez esperanzadoras. Como muestra el estudio de Jang y colaboradores, el cerebro es plástico. Pero requiere entornos que permitan esa plasticidad saludable. Prevenir es transformar la situación estresogénica, y no sólo “adaptarse” a ella desde el individuo.
Referencias:
- Jang W, Kim S, Kim Y, Lee S, Choi JY, Lee W. Overwork and changes in brain structure: a pilot study. Occup Environ Med. 2025 May 18;82(3):105-111. doi: 10.1136/oemed-2025-110057. PMID: 40360285; PMCID: PMC12171488.
- https://euromed-economists.org/brain-capital-alliance/
- Exercise Adherence for Wellbeing: Barriers, Practices and Strategies EMEA White Paper Trejo et al., November 2024. https://euromed-economists.org/download/exercise-adherence-for-wellbeing-barriers-practices-and-strategies-emea-white-paper-november-2024/

Un tema desde luego crucial … Añadiría dos cuestiones, ambas desde luego “sensibles”:
ResponderEliminar1. Puede que un ambiente de trabajo estresogénico moldee el cerebro (tiene todo el sentido). Pero, a nivel teórico, podemos preguntarnos también si se puede dar la alternativa: que sea más probable que acaben en situaciones estrogénicas personas con cierta predisposición mental (más o menos reflejada en algún tipo de estructura cerebral). Supongo que ambas condiciones podrían explicar los resultados del estudio. No es absurdo pensar, por ejemplo, que ciertos tipos de personalidad sean más fáciles de atrapar en una condición laboral infumable!
2. He visto muchas (muchas) instituciones que son sumos ejemplos de situación profesional estresogénica. Campeones de la mala gestión, con picos que alcanzan los históricos de represión obrera, control y frustración. Son muchas instituciones, demasiadas. Y te preguntas: ¿Cómo es posible? ¿No lo ven? La única respuesta que he sido capaz de encontrar es: incapacidad y corrupción. Incapacidad en el sentido literal, de “no ser capaz”. Gestores elegidos por responsabilidades que no saben manejar. Corrupción en el sentido amplio de “objetivos ajenos a los oficiales”. Ajenos y a menudo ocultos, aunque sean bien visibles. Ahora bien, en mi opinión, ambas situaciones (que además tienen fronteras borrosas) tienen la raíz común de la estupidez. Elecciones idiotas a la hora de organizar las filas y las jerarquías, o parasitismo burdo de animales poco evolucionados. Entonces, si estas son las causas de las muchas condiciones estresogénicas laborales … hay que ser bastante pesimistas! En el sentido de que podemos hacer todos los estudios que queramos, y demostrar incluso lo obvio, pero esto no resuelve en absoluto el problema. A una institución incompetente o corrupta le da igual que alguien demuestre sus fallos. Sin embargo, forjar jerarquías de personas competentes y honestas llevaría a una exponencial bajada del cortisol laboral, sin la necesidad de explicar nada ni hacer estudio alguno. ;-)
¡¡Importantes puntualizaciones en tu comentario!! 1. Desde luego existe una variabilidad individual en la sensibilidad al estrés, es un mecanismo neurobiológico básico que tienen hasta los roedores de laboratorio (toneladas de experimentos de early life stress causando sensibilidad al estrés de adultos…). Hay numerosas razones por las que un individuo puede tener predisposición a sufrir o sobrerreaccionar a un mismo estímulo estresante. Así somos. Los datos, sin embargo, de la OMS y de los Eurobarómetros indican que el porcentaje de ciudadanos con estrés es enorme y creciendo en las últimas décadas (no es cosa de un solo país y mucho menos solo de países en Oriente). Solo puede haber 3 razones para este tipo de evolución de datos: o se han cambiado los criterios por los que se define la patología (siempre hay que contar con estas cosas, pero no es el caso), o es que realmente ha crecido el estrés en la población en general, lo que supera con creces el potencial concurso de una pequeña cola de la campana de Gauss de sujetos hipersensibilizados al estrés, o es que de repente, la población humana se ha vuelto blandita (en solo 25 años). Creo que me decanto por la segunda.
ResponderEliminar2. No me cabe la menor duda de que el verdadero esfuerzo debería ponerse en forjar jerarquías de personas competentes y honestas. Y, efectivamente, porque al “sistema” que favorece lo contrario le da igual que se le diga. Cierto. Mi reflexión desde la Neurociencia partía del movimiento (pendular, parece que ahora toca “eso”) de culpabilizar al ciudadano no perteneciente a las jerarquías, de todo. Es una narrativa global a todas las escalas, y lo menciono para poner en contexto que no se trata solo de una cuestión “laboral”: ahora resulta que el ciudadano no llega hasta el nivel de carga laboral que se le impone porque no es “excelente”, si está obeso es porque él come mal (se ignoran datos obvios que influyen en la epidemiolgía como el precio de la comida saludable, especialmente en países como Estados Unidos o México, entre otros), si no hace deporte es porque es un vago (veáse, por el contrario, nuestro White paper sobre barrerras a la adherencia a los protocolos de ejercicio dentro de EMEA Brain Capital Alliance, en el que destapamos que el 40% de los europeos declara no tener tiempo al llegar a casa tras la jornada laboral ni de ocuparse de sus hijos, imaginemos para irse al parque a correr 1 hora), si el cáncer le vence es porque no ha “luchado” lo suficiente, si falta al trabajo porque tiene una infección es porque no se toma una medicación que le permite trabajar sin síntomas (pero contagiando a todo el mundo porque la enfermedad sigue ahí), si tiene depresión o ansiedad es porque es un blando (hay psiquiatras de cabecera de grandes cadenas de TV en España que repiten esto alegremente cada vez que se les pregunta), y existe un posicionamiento extendido de que la gente de qué se queja, si por ejemplo, trabaja poco (considerando, por poner solo un caso, que en mas de la mitad de las empresas españolas, según datos del Ministerio, aún el año pasado se falseabann las horas extraordinarias, para no pagarlas). Sí, sigo pensando que la sociedad que habitamos es, por su mal diseño, estresogénica. Los datos apuntan ahí, en mi opinión. Y decirlo públicamente, rebate, al menos, este nuevo discurso global de que la culpa de todo la tenemos los ciudadanos. De hecho, la guinda del pastel de dicho discurso es que como ya no podemos forzar a latigazos a los ciudadanos a trabajar a deshoras (aun cuando es escandaloso el uso de los medios de producción fuera de horas de trabajo según el Eurobarómetro), ni a rendir mas por menor poder adquisitivo, etc, etc…., entonces hay que convencerle de que eso debe hacerlo por su bien y porque mola: “testa tus límites”, “sal de tu zona de confort”, la “cultura del esfuerzo y el sufrimiento”, etc etc…. Eslóganes de camiseta que están muy bien, en principio, si no fuera porque esos esfuerzos, límites y disconforts solo redundan en el sueldo del CEO de la empresa.
Sobre la relación con la estructura cerebral, yo no me refería tanto a la sensibilidad individual, como al hecho de que es posible que determinados perfiles (temperamento, personalidad) sean más propensos a aceptar situaciones difíciles (y se quedan), mientras que otros son menos proclives a tolerar situaciones incómodas o conflictivas (y se marchan). Son muchos los factores cognitivos que pueden asociarse a un carácter más o menos tolerante hacia la “resignación laboral”. Y esto también podría explicar parte del resultado del estudio (una diferencia cerebral entre los que se quedan en una situación de estrés y los que no).
ResponderEliminarClaro, si hablamos de prevalencia y del grado de estrés, ya es otra cosa … Confieso que me resulta raro que se pueda “medir” algo así en poblaciones o situaciones pasadas, tanto actuales (¿cuánto estrés había en los años setenta?) como históricas (¿y qué tal al principio del siglo pasado, o en el Renacimiento, o en la Edad Media?) … Así que me quedo un poco con la duda tanto de la medida (¿cómo se mide retrospectivamente?) como de la escala (¿con qué época o cultura nos tenemos que comparar?). Ya sabes … los antropólogos siempre buscando ampliar la muestra! ;-)
Y sobre la “excelencia”, totalmente de acuerdo … Suficiente ver lo que pasa en muchas instituciones, incluso científicas: los administradores y los políticos exigen excelencia a los demás, estando ellos empantanados en una inaceptable mediocridad! :-)
Nuestro sistema social y su dañino sistema económico son extremadamente estresogénicos, no cabe duda, pero … ¿han existido sistemas sociales y económicos que no lo fueran? Que no es evidentemente para justificar, todo lo contrario, pero a la hora de compararnos con otros tiempos u otras culturas, va a ser difícil entregar la medalla al … perdedor!
Absolutamente cierto, uno de los problemas del trabajo es que los sujetos podrían haber tenido una predisposición individual, totalmente inherente a la variabilidad individual humana, a "resignarse laboralmente" en trabajos "difíciles, incómodos, o conflictivos", de suerte que al hacer el análisis, lógicamente lo que encuentras es gente con sobrecarga y estrés, asociado a diferencias cerebrales que no serían, en tal caso, consecuencia, sino causa del estrés. Así es, y ciertamente habrá que esperar a más trabajos que sean longitudinales y exploren esta causalidad como hipótesis de trabajo. Es, en todo caso, es una pescadilla argumental que se muerde la cola. Porque argumentalmente yo postulo que la sociedad y el mercado laboral serían estresogénicos porque, entre otras cosas, "atrapan" a los trabajadores con escaso salario y pocas (o casi ninguna) posibilidad de cambiar alegremente de trabajo, bajo la presión familiar y de los hijos, etc..., y por lo tanto, lo de tolerar y quedarse versus no tolerar e irse es, en realidad, complicado. Los datos existentes sobre el horizonte laboral de los trabajadores de edad media en torno a los 50 años en las sociedades modernas es desolador. Cambiar de trabajo (osea, irse, osea voluntariamente, sin paro y dejando de cotizar a la seguridad social) con minúsculas opciones para encontrar algo (algo mejor, naturalmente, si no ¿para qué?) en el panorama que se observa actualmente, no es una opción para un enorme porcentaje de la población.
EliminarEn cuanto a la comparación con épocas anteriores, suscribo lo que dices incluso sin ser antropólogo. Yo me refería más bien a las comparaciones de la OMS con sus propios informes, los actuales versus los de los años 2000, 2010, y siguientes. La tendencia existe (aunque no podemos saber si ésto es así desde antes o desde cuándo, como bien dices.
Echad un ojo aquí:
ResponderEliminarhttps://nirakara.com/blog/bienestar-en-el-trabajo-que-programas-realmente-funcionan-un-vistazo-a-la-ciencia-mas-reciente
Muy pero que muy completito el perfil …
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Eliminar¡¡El artículo recomendado por ebruner es muy muy bueno!!
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