¿Por qué tanto sedentarismo?

La civilización actual (y que se salve quien pueda) está atravesando una auténtica epidemia de sedentarismo, fenómeno que se ha convertido en un dramático desafío para la salud física y mental de la población a escala global. Analicemos las raíces multifactoriales que han llevado a la sociedad moderna a moverse cada vez menos, enfocándonos en los condicionantes históricos, sociales, tecnológicos, económicos y psicológicos de este nuevo mal del siglo XXI.


El auge del sedentarismo actual es la consecuencia paradójica del progreso humano. Durante la mayor parte de nuestra evolución, la actividad física no era opcional, sino un requisito básico para la supervivencia: cazar, recolectar, desplazarse y construir requerían un gasto energético diario elevado. No obstante, no es una cuestión exclusivamente relacionada con que los ancestros se movieran muchísimo más que nosotros, de hecho, los estudios de Lieberman (2021) demuestran que en determinadas épocas se movían lo justo, lo justo para cazar, recolectar unos frutos, y volver (portando lo que no se habían comido por el camino) al campamento, para que el resto de la tribu se alimentase. No se trata de que nuestros ancestros fueran unos grandes deportistas ejercitados y nosotros no, es más bien una cuestión de lo poquísimo que nos moveríamos (comparativamente) ahora. Los grandes hitos histórico-tecnológicos —la Revolución Agrícola, la Revolución Industrial y, más recientemente, la Revolución Digital— han ido desplazando la exigencia de movimiento fuera del centro de nuestra vida cotidiana.

La industrialización trajo consigo el auge de un modelo de vida más sedentario (insisto en que no es una cuestión tanto de cantidad como de la calidad de la conducta del movimiento que hacían unos y otros, simplemente las vidas eran más activas que ahora, independientemente de cuánto tiempo pasábamos sentados o caminando), el transporte motorizado y los dispositivos electrónicos. El ocio pasó de ser activo a mayoritariamente pasivo (televisión, videojuegos, redes sociales), y la automatización de tareas domésticas y laborales redujo aún más la demanda física diaria. No es tanto una cuestión de si los cazadores-recolectores de hace más de 10.000 años se movían mucho o poco comparados con los agricultores-ganaderos que empezaron a asentarse en las primeras metrópolis de la historia. Se trata del activo modo de vida que tenían los unos y los otros a lo largo de la historia, comparado con el modelo que tenemos ahora desde la segunda mitad del siglo XX.


El desarrollo tecnológico reciente es, sin duda, uno de los motores clave del sedentarismo contemporáneo. La proliferación del teletrabajo, sobre todo tras la pandemia de COVID-19, ha acentuado el tiempo que pasamos sentados frente a pantallas, disminuyendo la movilidad diaria hasta niveles históricos. Según estimaciones recientes, más del 60% de la población mundial pasa sentada al menos 3 horas al día, y en adultos la media supera las 4,7 horas (Mclaughlin et al. 2020). No solo el entorno laboral ha sufrido esta transformación: el ocio digital (series, redes sociales, videojuegos) compite con —y a menudo desplaza— las actividades físicas y sociales presenciales, fomentando la inactividad incluso en el tiempo libre.


Las infraestructuras urbanas y el diseño de las ciudades también juegan un papel determinante. La falta de acceso a espacios verdes, instalaciones deportivas y vías seguras para el desplazamiento activo limitan de facto la posibilidad de incorporar movimiento a la vida diaria, especialmente en zonas desfavorecidas y apelotonadas. Tampoco hay que desdeñar el hecho de que nuestra sociedad estresogénica actual, prima el presencialismo a la calidad del trabajo que se realiza, lo cual conlleva a que el trabajador y el empresario asocien el trabajo asalariado con el hecho de estar sentado delante del ordenador, literalmente, y esto determina que se haya sobrevalorado en algunas empresas, según algunas estadísticas reportan (KPMG 2023), un fuerte efecto de control de la actitud del trabajador con su trabajo, a saber: presencialismo, sedentarismo, mirar la pantalla, y levantarse lo menos posible ni siquiera para ir al servicio más que cuando es estrictamente imprescindible.


El sedentarismo actual es, pues, un fenómeno asociado al desarrollo económico; aunque pueda sorprender, existe una relación entre mayor prosperidad material y un incremento del comportamiento sedentario. Este fenómeno se observa tanto en la jornada laboral (más trabajo de oficina o automatizado en clases altas) como en el tiempo de ocio (más consumo de servicios digitales y entretenimiento pasivo). Notablemente, la excepción son aquellos estratos sociales que ven en la actividad físico-deportiva un plus de calidad del ocio, generalmente asociado a medios materiales muy costosos necesarios para llevar a cabo la práctica. En estos casos, puede interpretarse que (para algunos) parece ser más importante la marca del material deportivo que se usa que la práctica deportiva en sí. A su vez, en estratos sociales más bajos, la ausencia de recursos, la inseguridad y la falta de opciones de calidad para la práctica de actividad física refuerzan la brecha: quienes menos acceso tienen a entornos saludables son también los más vulnerables al sedentarismo y sus consecuencias.


Existen, además, condicionantes culturales y psicológicos. En muchos entornos, la cultura del esfuerzo físico y del autocuidado se ha ido erosionando: predomina la inmediatez, la maximización del rendimiento y la aceleración del día a día —un “vivir deprisa”, pero moviéndose poco—. De manera sobresaliente, cuando lo importante es hacer muchas cosas en el menor tiempo posible, tanto en el trabajo como en el ocio, lo que prima es, obviamente, la implementación de estrategias tecnológicas y psicológicas que nos permitan gestionar un mayor número de recursos desde el menor rendimiento energético posible, o sea, desde el sedentarismo, hacer el mayor número de cosas posibles. En una sociedad que prima que el ser humano haga muchísimas cosas, más que la calidad de cada una de las que haga, obviamente cada segundo cuenta para hacer una nueva actividad, y en lugar de tomarse el tiempo necesario para hacer unas pocas cosas importantes y saludables, con su debida calidad, si nos sobra algo de tiempo al día, lo último en lo que pensamos es en hacer bien lo que sea en ese tiempo, sino en meter en ese hueco un par de cosas más como sea. Podríamos llegar a hipotetizar que el sujeto que así piensa, llegará a la conclusión de que es más fácil meter con calzador en ese tiempo dos cosas que se puedan hacer sentado, que desplazarse y moverse o hacer un ejercicio saludable, que indubitablemente requiere más tiempo para ser implementado. La falta de hábitos saludables y la ausencia de motivación o de referentes positivos para la actividad física también contribuyen al círculo vicioso del sedentarismo. En adolescentes y jóvenes, el impacto de la cultura digital ha transformado la forma de socializar y entretenerse, desplazando las actividades físicas colectivas que tradicionalmente vertebraban la vida social.


Los avances que hicieron la vida más cómoda y segura para nuestra especie han traído consigo una “paradoja de la comodidad”: la reducción sistemática de la necesidad de esfuerzo físico, aunque adaptativa frente a la adversidad, se ha convertido en factor de riesgo en contextos de abundancia. El cuerpo humano no ha tenido tiempo suficiente para adaptarse a un entorno en el que la energía es barata y el movimiento opcional, lo que acarrea un desajuste evolutivo con consecuencias profundas. El coste adaptativo de construir un organismo diseñado para sacar el máximo rendimiento de una conducta de movimiento energéticamente costosa como es el ejercicio o la actividad física regular diaria, es que cuando incurrimos en el sedentarismo, el precio que hay que pagar es muy alto, tanto a nivel psicológico, como a nivel energético.


Las repercusiones del sedentarismo —al margen de la conocida relación con enfermedades crónicas como la obesidad, la diabetes tipo 2 y las cardiovasculares— afectan también a la salud mental y cerebral. La inactividad incrementa el riesgo de depresión, ansiedad, y trastornos del sueño, así como deterioro cognitivo y pérdida de plasticidad cerebral. En la óptica neurohormética, privar al cuerpo del reto físico supone también privar al cerebro de estímulos fundamentales para su mantenimiento y adaptación. El ejercicio físico no solo es una “vacuna” contra la inercia metabólica: potencia la neurogénesis, la sinaptogénesis y múltiples mecanismos neuroplásticos clave para el bienestar global.


El sedentarismo tiende a perpetuarse a través de un círculo vicioso: las enfermedades crónicas y los problemas físicos derivados de la inactividad limitan aún más la capacidad para moverse, agravando así la situación inicial. Además, la falta de políticas públicas eficaces y la carencia de campañas de concienciación amplían el alcance del problema. Este problema se agrava especialmente durante el envejecimiento, en donde el riesgo de fragilidad y sarcopenia exacerba la necesidad imperiosa de hacer ejercicios de fuerza conforme se pasa la barrera de los 50-55 años. Diversas fuentes internacionales —incluida la Organización Mundial de la Salud— coinciden en calificar el sedentarismo como una de las principales amenazas para la salud pública del siglo XXI. En España, por ejemplo, más del 42% de la población no realiza suficiente actividad física; en América, la situación es aún más alarmante. La “epidemia silenciosa” del sedentarismo es responsable de una fracción significativa de la mortalidad global: se estima que cerca del 3,8% de las muertes podrían atribuirse al exceso de tiempo sentado y a la inactividad física (Elsevier Health Science 2016).


Sin un profundo cambio en los sistemas sociales, tecnológicos y culturales que han instaurado la inactividad como norma, difícilmente se revertirá la tendencia creciente del sedentarismo. Sin embargo, la toma de conciencia, la presión social, la política pública y la ciencia —incluyendo los nuevos hallazgos en neurobiología del ejercicio— pueden ofrecer las claves para transformar esta realidad. El desafío de la neurohormesis, en última instancia, consiste en devolver sentido positivo y vital al movimiento cotidiano: no solo como mecanismo para evitar la enfermedad, sino como vía esencial para la autorregulación, el bienestar y la plasticidad cerebral en una civilización que, paradójicamente, nos invita a no movernos.


Y una vez más de nuevo, como ya hemos apuntado otras veces, la responsabilidad última no recae solo en el ciudadano, que bastante parece hacer con sobrevivir a la sociedad estresogénica y el caos normativo que le rodea, también es responsabilidad de los poderes fácticos e instituciones públicas legislar para que los empresarios y el medio laboral (pero también la narrativa social y educativa) permitan desarrollar vidas en las cuales se pueda aunar el trabajo, la familia, el ocio, y el adecuado desarrollo de prácticas saludables de vida en los cinco grandes ámbitos del estilo de vida: actividad física, dieta, sueño, estrés, y contaminantes ambientales. Si tantos ciudadanos no tienen tras su interminable y estresante jornada laboral, ni tiempo ni ganas para hacer ejercicio, para cocinar una dieta saludable para toda la familia, para desestresarse, para conciliar un buen sueño reparador, y no digamos para evadir sus pulmones de la contaminación urbana predominante saliendo a pasear (al campo o al menos a un parque cercano), al menos no le echemos luego la culpa de su mala salud. Nosotros seguiremos contribuyendo a todo ello como solo sabemos ( y nos toca) hacerlo: investigando en el laboratorio los detalles de cómo todo esto sucede en el cerebro, por un lado, y por otro, divulgando el mensaje en todas las formas posibles a nuestro alcance (incluyendo nuestro próximo libro de inminente aparición, “Neuronas en marcha”, Ed, Planeta, febrero 2026).


Lieberman D.E. Exercised: Why Something We Never Evolved to Do Is Healthy and Rewarding? Diversified Publishing 2021.


Mclaughlin M, Atkin AJ, Starr L, Hall A, Wolfenden L, Sutherland R, Wiggers J, Ramirez A, Hallal P, Pratt M, Lynch BM, Wijndaele K; Sedentary Behaviour Council Global Monitoring Initiative Working Group. Worldwide surveillance of self-reported sitting time: a scoping review. Int J Behav Nutr Phys Act. 2020 Sep 3;17(1):111. doi: 10.1186/s12966-020-01008-4. PMID: 32883294; PMCID: PMC7469304.


KPMG. Global and UK CEOs grappling with múltiple challenges, including geopolitical presumes, but majority remain confident on three-year global. https://kpmg.com/uk/en/media/press-releases/2023/10/global-and-uk-ceo-grappling-with-multiple-challenges.html


Elsevier Health Science. "Prolonged daily sitting linked to 3.8 percent of all-cause deaths." ScienceDaily. ScienceDaily, 25 March 2016. <www.sciencedaily.com/releases/2016/03/160323142345.htm>.



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